Me llamo
Miguel Patón y soy un PES, un profesor de educación secundaria, vaya. Tengo 30
años de experiencia (30 años encima del andamio, como le gusta decir a un
compañero que se me jubila) y 55 de edad.
Como
tengo la mala suerte de haber nacido un 25 de septiembre y no en agosto, no
tengo derecho a la reducción de dos horas lectivas por edad. Como no soy tutor,
ni jefe de departamento, ni soy directivo ni coordinador de nada, resulta que
este año doy veinte horas de clase, clase. ¡20 horas!.
Ya
imagino la reacción del 99 % del público que lea esto. ¡20 horas de trabajo a
la semana!, ¡qué cabrón!. Y con vacaciones de verano, navidad, semana santa,
puente de la Inmaculada.. ..
¡la hostia!. Y eso sin contar que es un trabajo de por vida y con un buen
sueldo.
¿Buen
sueldo?. Un momento, un momento. No es mal sueldo, hay que reconocerlo, pero
tampoco es un sueldazo para un licenciado grupo A (el máximo) de la Junta con treinta años de
servicio experto en todo. Porque un PES de hoy en día no es un profesor de
antaño, que vá.
Un PES
actual es un experto del copón: sabe física y química y cómo enseñarla
(es lo mio); pero también matemáticas, biología, geología; además de
lengua, informática, ofimática, técnicas de estudio, psicología, habilidades
sociales y.... (ponga usted aquí todo
aquello que se le ocurra a la administración que debemos saber, incluida
historia de la religión por necesidades del centro o como diseñar un plan de
autoprotección frente a incendios, inundaciones o confinamiento por terremotos
o huracanes).
Y además sabe enseñar todo eso adaptándose a
cualquier nivel académico real del alumno (desde que el alumno tiene un nivel
de segundo de primaria hasta el universitario, pues también hay alumnos de
altas capacidades, o sea, superdotados) o a cualquier otra circunstancia propia
del niño, como discapacidad física o psíquica, necesidades educativas (niños
hiperactivos, con déficit de atención, dislexia...) e incluso problemas de
índole social, económico o de integración (por razón de raza, etnia.. etc, etc).
Un
ejemplo: en un antiguo centro (el IES Tycho Brahe en Huelva) el orientador me
dijo que si Fran no sabia leer pues que esa era ahora mi primera tarea, que
después (ya si eso) vendría lo de enseñarle algo de ciencias naturales. ¡Ah, y
que no se te olvide que hay otros veinticinco en su clase!.
-Aún así
son muy pocas horas- , dirá el público.
Perdone, que son treinta horas de permanencia
en el centro. Y además hay que preparar clases, preparar y corregir exámenes,
mandar y responder correos de tus compañeros y de los alumnos (cosa nueva desde
que hay internet, que parece que siempre estás de guardia), preparar prácticas
de laboratorio.....
- Pero
hay muchas vacaciones.
Correcto.
Y las necesitamos desesperadamente. Llega un momento del curso en el que te
parece que el principal objetivo es llegar vivo al mes de julio (he visto
alguno que otro que no lo consiguió).
-Al menos
eres un profesional respetado- insistirán ustedes.
Pues
tampoco. Antes cuando ibas por el
pasillo los alumnos se paraban para dejarte pasar y te daban los buenos días.
Hoy vas a clase esquivando a grupos de alumnos, evitando que te golpeen (sin
querer, eso sí) o directamente que te arrollen (¡Ay esas carreritas mañaneras
para abrazarse a esa amiga que hace tanto tiempo que no ves... concretamente
desde las 14:30 de ayer!). Si entras en
clase y das los buenos días, te contesta, si acaso, una vocecilla en medio del
caos. Si te pones serio y lo repites alzando la voz, consigues, con suerte, que te responda
el 30 % del personal y los demás siguen a lo suyo. Aunque consuela saber que en
bachillerato el porcentaje de respuesta es mayor.
Antes, si
reñías a un alumno, éste se venía abajo y si llamaban a su padre
le caía la mundial y volvía más suave que un guante. El PES de hoy riñe con
cuidado, según qué clase, no vaya ser que te pases un poco y el padre la líe en
jefatura de estudios.
Si decías que eras profesor veías el respeto en
los ojos de la gente: ese es el tío que va a ayudar a que mi hijo tenga una
vida mejor o hay que ver lo listo que debe ser para ser un profe. Antes tenías
libertad total de cátedra para hacer lo que muy poca gente sabía y se atrevía a
hacer: enseñar química o física.
Hoy en
día, todo el mundo opina sobre cómo debes hacer tu trabajo: pedagogos (sepan o
no sepan una palabra de física), políticos (con o sin estudios), padres y
madres (miembros o no de asociaciones de padres), educadores sociales, maestros
jóvenes con experiencia cero en lo tuyo (pero, eso sí, con un máster de realidad ampliada aplicada a
la educación), periodistas de verdad y de mentira e incluso colaboradores del
“programa de Ana Rosa” si se tercia.
Y así la
autoridad y el respeto se han ido esfumando con el paso de las décadas,
lentamente, gota a gota. Hoy somos
autoridad pública.... pero que el niño te firme un recibí si le das el papel
para recuperar la pendiente, no sea que diga después que no se lo has dado y
tengas que aprobarlo por la cara.
No hay una profesión que haya sufrido una
mayor degradación social. Y por eso me rebelo ante la última ignominia: una
conferencia de pedagogos en Dohan que analiza los males del profesorado (sólo
los nuestros claro). Así, sin anestesia.
Y claro
ha faltado tiempo para que todos se apunten a tirar al muñeco: pedagogos
universitarios que nunca han pisado esos institutos andaluces de secundaria,
ministros que encargan libros blancos sobre nosotros, periódicos opinando a
todo tren, asociaciones de padres con el dedo cerca del móvil para comentarlo
con el grupo del wasa (¡si ya lo sabía yo!, piensan).
¿Qué me
equivoco?. Lean hoy El Mundo: “la selección de profesores, talón de Aquiles del
sistema educativo”. Se lo resumo: a los profesores se nos selecciona mal y se
nos forma peor. Nuestro nivel no es bueno (démosles tiempo y dirán deplorable).
¿De verdad piensan que si nos sustituyen por esos fantásticos maestros finlandeses el nivel
educativo subiría como la espuma?.
Ya me
gustaría a mí ver a esos gigantes de la Educación (el Sr. Marina, catedrático
excedente de Filosofía o el Sr. Azcárraga, catedrático emérito de Física
teórica) enfrentarse a esa clase de segundo de la ESO que yo me sé. A ver qué
eran capaces de hacer con su estupenda formación. Suerte tendrían si no acaban
tomando valium (o prozac) a las dos semanas.
Y por eso
empiezo a escribir esta serie de artículos para contar, en clave de humor,
amable hasta donde puede ser, esas historias de trastienda que ocurren en
nuestros centros educativos. Historias que encierran en sí mismas las causas
por las que nunca podremos salir del furgón de cola de la educación, causas por las
que el sistema educativo no puede funcionar decentemente. Historias que
desnudan a esos personajes y objetos que pueblan nuestras escuelas.
No se trata de denunciar a nada ni nadie, pues todos somos culpables en cierta medida.
Incluidos los profesores, incluido yo mismo.
PD: Todos los nombres que aparecen en este post
son ficticios y no se corresponden con personas ni centros educativos que
existan en la realidad. siendo cualquier parecido con ésta mera coincidencia.