Leo una entrevista en “El Mundo”
a David Calle, el profesor de la academia “Unicoos” que optó a mejor profesor
del mundo. Le llaman “El superprofesor” y ahora da clases en la universidad
sobre motivación de alumnos. La
innovación educativa de David descansa en dos ideas: ser un “youtuber” de la
educación (subir “videos” explicando algún concepto de asignaturas de ciencias)
y tener un grupo de “wasa” con sus alumnos.
¿Es
David un buen profesor?. Sin duda lo es. Yo he visto sus vídeos y sus
explicaciones son claras y sencillas. Y el estar en contacto constante con sus
alumnos les ayuda mucho seguro.
Es
posible que dentro de poco escuchemos ( y aquí hago de pitoniso) hablar de otro
superprofesor de ciencias. Se trata de Pablo Osorio que rige la Academia
Osorio. Su twitter “Química Pau” está de moda y sus libros parecen ser la
piedra filosofal que permite obtener unas notas fantásticas en Química de
bachillerato y PAU. Llevo meses siguiéndolo y he estado varias veces a punto de
comprar su libro “Una química para todos”.
Ayer
cayó en mis manos la pieza y era exactamente lo que yo pensaba que iba a ser.
La idea innovadora de Pablo es reducir hasta el máximo lo que los alumnos deben
saber y comprender para obtener buenas notas en la PAU y en la asignatura de
Química de segundo de bachillerato. Un ejemplo: el tema de átomos que se trabaja en un mes (16 h de clase), en
su libro se reduce a unas ocho páginas, de las cuales 4 son ejemplos guiados y
una es una tabla con muy poco texto.
La
idea del libro es muy buena para una academia (es exactamente lo que yo haría
si mi objetivo fuese el que mis alumnos de academia obtengan buenas notas).
Pero es eso: un paradigma de resultadismo en la educación, aunque también
consigue que los alumnos aprendan y se motiven. Sin duda Pablo es un buen
profesor.
¿Puedo
ser yo un superprofesor?. Para serlo topo con una dificultad enorme: no me
muevo en el mismo medio ambiente que Pablo y David. El mero hecho de ir a una
academia ya supone una gran ventaja: hay
una selección natural de los alumnos. Yo
me muevo en un medio mas salvaje, dónde encontramos especies de alumnos de
todos los tipos en su hábitat natural. Mis objetivos son diferentes: debo
enseñarlos a pensar por sí mismos, a que aprendan mucha química pero también
que amen la ciencia, que escriban mejor, animarles a que lean, a que se
pregunten cosas, a que sean mejores personas, mas adultos, mas responsables. Y
todo en un ambiente que puede no ser bueno o incluso malo o muy malo.
Así que debo intentar de todo.
Arriesgar en mis clases (a veces mas de lo que me gustaría sin duda), inventar
(y hacerles participar en) pequeñas payasadas y “performances” para demostrar
visualmente una idea científica; realizar sencillos experimentos que les rompen
los esquemas de lo que hace un profesor, contarles historias paralelas a la
ciencia que estudian. Siempre pensando que el fin (que me escuchen, no que me
“oigan”) justifica los medios.
Intentos por
buscar ese equilibrio imposible entre máxima exigencia en sus conocimientos
científicos y adecuar los resultados a sus esfuerzos y a las expectativas que
esta sociedad cada vez mas resultadista y menos formativa espera de ellos.
Piensen
que durante años de primaria y secundaria los
acostumbramos a que los problemas los resuelvan otros. A pasar de curso sean
cuales sean los resultados, a regalarles títulos que significan poco o nada, a
sufrir clases destrozadas por alumnos
“disruptivos” cuyo supuesto derecho a estudiar, que nunca ejercitan, siempre
esté por encima del suyo; a exigirles lo mínimo para que otros no se queden
atrás.
Y, de repente,
se encuentran con bachillerato. Dos cursos en los que no sólo se les exige que
tengan la responsabilidad que antes no les hemos dado, sino que además deben
competir con todos los otros alumnos del mundo para entrar donde ellos sueñan.
Miles de exámenes, millones de nombres y conceptos duros, a veces
incomprensibles incluso para mí (lo siento profesor Santi, pero hay filósofos
cuyo pensamiento es mas enrevesado que el nudo gordiano de Alejandro Magno).
Deben luchar con todo ello y mas: las manías de cada profe (ése que si no pones
“solución:” te quita puntos (yo mismo), aquel que te deja la asignatura para el
examen final porque tienes alergia a los vectores; el otro que no te pone
sobresaliente porque no has justificado los márgenes o escribes “hotel” en vez
de “posada” al comentar el quijote), la inseguridad de enfrentarse a la espada
de Damocles de la PAU e incluso tener que escribir sin cometer ninguna falta de
ortografía.
Por eso mis
alumnos de segundo de bachillerato son mi guía para saber si puedo “aspirar” a
superprofe. Esos chicos que hoy se van y empezarán muy pronto la aventura
universitaria. A algunos de ellos los conozco desde hace cinco años, cuando
eran unos críos que levantaban sólo, es un decir, medio palmo del suelo.
Imberbes ellos, niñas ellas.
El cómo me
hablan y lo que me dicen es lo que me vale.
Me valen esas
pequeñas charlas con Pepe, José , Daniel (aunque no esté este año en mis
clases) y Juan Jesús en el recreo. Comprobar como Pepe se acuerda (¡después de
cinco años!) de que no se puede probar una patente de una máquina que produzca
mas energía de la que consume, es un orgullo para mí.
Me sirve oir
como María Jesús dice que soy yo el que le enseñó química y, claro está, como
se curra su 10 en química. Como Pepe (otro Pepe) comenta que mis guiones son
mejores que el libro “una química para todos”; aunque no me fio mucho porque me
halaga en exceso ( y eso que ya le dije, tiempo ha, que de chico me vacunaron
contra los halagos y soy inflexible en mis notas).
Hoy incluso
alguno dice que nunca me olvidará. Ya veremos. Pero sólo el hecho de decirlo ya
justifica mi dedicación, mi trabajo. Deben madurar tanto en tan poco tiempo,
que resulta increíble que sobrevivan sin volverse locos. Y, aún así, algunos
dicen que se acordarán siempre de alguno de nosotros, en vez de querer largarse
y olvidarnos.
Esto es lo
único que nos hace a los profes seguir adelante: venir a clase afónicos, quedar
en el recreo para cantar en el coro o dar clases gratis de inglés para preparar
el “Trinity”.
Alguien echará
de menos que no hable de sus notas. No es un olvido: sus notas son su éxito. El
mío es que tengan claro que sus notas son el fruto de su esfuerzo y de mi trabajo.
No soy un superprofesor, pero tampoco lo necesito: el trabajo diario y callado,
invisible la mayoría de las veces, es lo verdaderamente importante para
aquellos que están a nuestro cargo.
No
quiero acabar el post sin unas últimas palabras para ellos: confiad siempre en
vosotros mismos como yo lo he hecho siempre. Y si alguna vez se os olvida esto
o alguien os dice lo contrario, no
dudéis en enviadme un e-mail y os lo recordaré.
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